Malik

3 09 2015

En la inmensidad helada del océano Ártico, Malik se sentía feliz, solo

había frío y silencio, sobre todo esto último, porque aunque  frío

también había en su iglú, el silencio escaseaba. Ni su esposaTaoranani ni

sus hijas conocían el significado de esa palabra.

Por eso, Malik huía de allí en cuanto se le presentaba la ocasión, que hoy había sido la

falta de pescado para consumir.  Taoranani había comenzado el día gritando ¡Nos

vamos a morir de hambre! ¡Este gran pescador va a dejar que sus hijas mueran de

hambre! Malik ni siquiera había discutido, había enganchado a Kunuk y Anori al trineo,

recogido sus aparejos de pesca y salido como alma que lleva el diablo hacia el

horizonte.

Y allí estaba, con el señuelo dentro del agujero que había horadado en el hielo,

esperando que algún pescadillo picara el anzuelo, ni él ni los huskys tenían prisa por

volver, y además pensaba pasar antes por el poblado de los científicos, un grupo de

hombres y mujeres de distintas nacionalidades que buscaban como frenar el cambio

climático, y que tenían un bar donde se montaban verdaderas fiestas, regadas con

toda clase de alcohol. Malik había tardado en probarlo pero cuando lo hizo, se adueñó

de él, y no podía estar más de una semana sin volver a catarlo.

Estaba recreándose en recordar el sabor del wodka, cuando vio la sombra a través del hielo . Malik se levantó de un salto, cogió la lanza y la hundió en el agua notando como se clavaba en la presa. Tiró de la lanza con ambas manos pero el trofeo pesaba mucho, demasiado … No podía desaprovechar un pescado tan grande, además de la comida de hoy, podría salar un parte y comerlo unos días más tarde.

Miró al trineo, estaba bastante cerca y en él llevaba utensilios que podría usar, pero, no podía soltar la lanza.

Chasqueó la lengua y los perros alzaron la cabeza prestándole toda su atención, seguían enganchados al trineo y Malik bendijo su desidia por no haberles soltado, era algo que siempre le había reprochado su padre. ¡No se debe dejar a los perros atados al trineo, Malik! Sí por una desgracia, el hielo se resquebraja o hay un alud, los animales pierden su oportunidad de salvarse.

-Ya ves viejo, por una vez no has tenido razón –Le dijo a su padre mentalmente, y con un gesto ordenó a los perros que se acercaran hasta él. Los huskys obedecieron inmediatamente su orden y echaron a correr llegando rápidamente . Malik le entregó la lanza a Kunuk y le dijo que no la soltara, el pobre husky se las vio muy mal para conseguir seguir aferrado al hielo pero aguantó los tirones, hasta que Malik consiguió sacar una soga y atarla a la lanza.

Después se subió al trineo y les indicó a los perros que tiraran de él. El trineo apenas se movió y cuando  bajó de él para ayudar a los animales, notó estupefacto que el hielo comenzaba a resquebrajarse.

Azuzó a los perros para que siguieran tirando pero a pesar del esfuerzo, no consiguieron salir de allí,  y con un crujido terrible el hielo a sus pies se rompió y perros e inut cayeron al agua helada.

Malik  se quedó petrificado sin entender lo que estaba pasando, pero en un segundo su cerebro le ordenó moverse y así lo hizo, acercándose a los perros y cortando los arneses, los dos animales lucharon frenéticamente hasta conseguir salir de allí, y esperaron sobre el hielo, ladrando asustados a que Malik saliera también. Pero el no conseguía sujetarse a los bordes del agujero y el peso de la ropa empapada tiraba hacia la oscuridad helada. Sus fuerzas empezaban a mermar y se encomendó al espíritu de su padre.

Un sonido estruendoso consiguió sacarle del sopor que le invadía y  volvió la cabeza para ver de dónde provenía. Asombrado vio la quilla de un rompehielos a unos cuantos metros de distancia de donde se encontraba, y a un grupo de hombres que corrían hacía él.

Malik dio gracias a su padre mientras tres hombres tiraban de sus brazos hasta dejarle exhausto sobre el hielo, y en ese momento perdió el conocimiento.

Cuando despertó se encontró desnudo en una litera de un camarote. Desconcertado, se levantó y buscó su ropa, pero solo encontró un viejo mono de trabajo, que se puso y salió al pasillo.

Nunca había estado en un barco y se sorprendió de lo estrecho de los pasillos, sintió que las paredes le ahogaban y buscó con desesperación una salida. Después de mil vueltas por los corredores encontró una escalera y la subió presuroso. Llegó ante una puerta y la abrió, y lo que vio le dejó atónito ¡La llanura helada había desaparecido! En su lugar, olas casi negras se balanceaban con una velocidad endiablada y el cielo, casi tan negro como el mar, se confundía con él.

Una voz le sacó de su estupor – Ya te has recuperado, amigo- Se volvió hacia la voz, y encontró a un inuit que le sonreía.

-Soy Nanuk de Igloolick-Le dijo acercándose a él y abrazándole

-Yo soy Malik de Jens Munk Island.

-Conozco ese lugar, hemos recalado alguna vez allí, algo aburrido ¿No?

-Eh… No sé, la verdad. Yo no me suelo aburrir.

-¡Has tenido una gran suerte! Cuando llegamos estabas casi congelado.

-Sí, el espíritu de mi padre me protegía.

-Pues no olvides agradecérselo. Deberíamos entrar y comer algo, hace tres días que te recogimos y no has comido nada desde entonces

-¿Y mis perros, que ha pasado con ellos? Preguntó Malik ansioso.

-Les dejamos allí, el capitán no los quería en el barco. Me imagino que volverían a tu poblado.

-Sí, supongo que sí.

Dejaron la cubierta y entraron al comedor, donde se encontraban algunos hombres comiendo. Se sentaron en una mesa y el cocinero se acercó a ellos con una marmita de donde salía humo.

-Toma Nanuk, tu amigo tendrá hambre-dijo echándole en el plato una generosa ración.

Malik olfateó el guiso y el olor le sedujo-¿ Qué es?

-Es un guiso de atún  .¡Come te sentará bien!

Después de dar cuenta de la comida, Malik, soñoliento le preguntó a Nanuk.

-¿Cuándo llegaremos a Jens Munk?

Nanuk le contestó sonriendo -¿Jens Munk? No vamos allí, lo dejamos atrás. Nos dirigimos a Anchorage, Alaska.

-Pero ¿Y cómo vuelvo a mi poblado? Dijo Malik, asustado

-No te preocupes, ya te buscarán algún barco que lleve esa ruta. Mientras tanto te enseñaré Anchorage, no es una ciudad muy bonita, pero hay diversión de lo lindo.

-Nunca he estado en una ciudad.

-¿No? Bueno, Anchorage es tan buena como cualquier otra para que sea tu primera vez… Ya lo verás.

Tres días después arribaban a Anchorage cuando el tímido sol empezaba a esconderse. Tambaleándose por el muelle, Malik siguió a Nanuk hasta un oscuro garito, donde unos cuántos hombres bebían al compás de una canción country.

Se acodaron en la barra y Nanuk pidió dos güisquis. Mientras Nanuk le contaba que siempre recalaba en aquel antro, Malik sintió un roce en su brazo. Al volverse encontró a su lado una joven, era también inuit aunque iba vestida y maquillada como una blanca.

-Disculpa, tienes fuego -Le preguntó la muchacha

Malik iba a responderle que había dejado su piedra pedernal junto con todos sus pertrechos en el trineo, pero Nanuk se adelantó poniendo delante suyo un encendedor.

-¡Muchas gracias! ¿Sois marinos? No te había visto nunca-Dijo dirigiéndose a Malik- A ti sí- le dijo  a Nanuk- Te he visto por aquí. Me llamo Sheila.

Nanuk hizo las presentaciones contándole a la chica que era la primera vez que Malik estaba en la ciudad y cómo había llegado hasta allí.

Sheila escuchaba la historia, mientras observaba a Malik con interés, él por su parte mantenía la mirada lejos de los ojos penetrantes de la chica. Se sentía observado y eso era algo nuevo e incómodo para él.

-¡Vamos a celebrar la primera vez de Malik! -Dijo Sheila entusiasmada y tomando su mano le invitó -¡Ven a bailar conmigo!

Malik no pudo resistirse y siguió a la chica a la pista de baile. Cuando se disponía a comenzar la danza de la felicidad, ella puso los brazos alrededor del cuello, y Malik se quedó petrificado.

-Pero ¿Qué haces? Venga, vamos a bailar-Le dijo Sheila cogiendo las manos de Malik  y poniéndoselas en torno a su cintura.

Esa noche Malik aprendió a bailar a la manera de los blancos, en las siguientes dos semanas  también aprendió muchas otras cosas de las mujeres, cosas que nunca habían pasado por su imaginación, cosas que sabía que al regresar junto a Taoranani jamás volvería a hacer, y por ello se esforzaba por repetirlas todas las veces que Sheila se lo permitía.

Así pasó sus dos semanas en Anchorage, bebiendo güisqui y haciendo el amor, como lo llamaba Sheila.

Y por fin, su barco iba a partir, regresaba a la llanura helada con su esposa, sus hijas y sus huskys, y el corazón se le quedaba en un pequeño apartamento de una sucia ciudad costera de Alaska.

No quiso que Sheila le despidiera en el puerto, se despidieron haciendo lo que más le gustaba durante toda la noche, y al alba se vistió en silencio, y le dejó sobre la mesilla su cadena de piel con el colmillo de oso que su padre le dio cuando se convirtió en un hombre.

Tras varios días de viaje, Malik desembarcó en Jens Munk Island, allí encontró a dos de los científicos, que le reconocieron y le acercaron hasta su poblado. Cuando llegó cerca de su igloo, gritando el nombre de su mujer y sus hijas, ellas corrieron a su encuentro seguidas de los perros. Con grandes gritos y aspavientos, celebraron su regreso. Durante varias noches, antes de dormir, Malik les contó sus aventuras, bueno, todas no, hasta que una de esas noches, Taoranani le djo “¿Piensas contarnos durante toda la vida lo mismo? Malik calló y ya sólo recordó para sí mismo.

Siguió con su vida rutinaria, saliendo a cazar focas, o a pescar salmones. Mientras esperaba que algo picara, recordaba la voz susurrante de Sheila, a él le maravillaba que una mujer no gritara,  y cuando regresaba al hogar, los gritos de sus hembras le hacían añorar aún más, las palabras acariciantes de su ocasional amante.

Unos meses después del aniversario de su aventura, Malik volvía después de una frustante caza al igloo, cuando vio en la entrada a Taoranani con los brazos en jarra esperándole, Malik se preocupó, no tenía la costumbre la mujer de esperar su vuelta, y la expresión de su rostro no presagiaba nada bueno.

Cuando llegó al igloo, ella le gritó “¡Mal hombre, como éramos pocos para que nos alimentaras, ahora esto”! Malik entró en el igloo y lo que vio le dejo tan helado como todo lo que les rodeaba.

Sheila estaba allí y llevaba en brazos un bultito tapado con una manta. Ella le sonrió y le tendió el bulto “Es tu hija, Malik”  le dijo con una sonrisa.

TAoranani entra en casa y zarandea al dormido MaliK “¡Despierta mal hombre, tienes que alimentar a tu familia!  Al ver que Malik sigue durmiendo, Taoranani sale al exterior y regresa pocos minutos después con Sheila, gritando al unísono “¡Malik, mal hombre, tus hijas se mueren de hambre, despierta!

Malik despierta asustado, y se viste con rapidez y ata a los perros al trineo. Mientras prepara sus pertrechos de pesca,  piensa con determinación, en acercarse al puerto y subir al primer barco que salga de allí, en dirección al silencio del océano Ártico.

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Jacinto

1 09 2015

No entendía por qué, precisamente ahora, se le venía su padre a la cabeza. Hacía mucho que no pensaba en él, por lo menos desde el entierro de Jacinto. Ese día sí que estuvo pensando en él, bueno y en su madre, y en general en su vida familiar.

Recordaba perfectamente aquellas tardes noches de finales de verano, sentados todos en el patio de la casa, intentando respirar alguna brizna de aire fresco sin conseguir nada más que tragarse algún mosquito, de esos que ya están a punto de diñarla y andan tontos perdidos volando de aquí para allá.

Veía a sus hermanos y a ella misma, jugando a cualquier cosa que no requiriera mucho esfuerzo, al “Veo, Veo” o a las adivinanzas, incluso a la brisca, sentados en las losetas de tierra del patio que estaban más fresquitas que las sillitas de enea. Su madre, algunas veces participaba del juego, y entonces siempre les ganaba, era tan lista…

Su padre se limitaba a escucharles bebiendo del vaso de tinto que siempre estaba cerca de él. En esas noches calurosas de finales de verano caía por lo menos una  botella, o quizá, si el sueño se resistía hasta dos.

Jacinto siempre estaba pendiente del vaso de vino, aunque hiciera que le interesaba el juego. Disimuladamente echaba ojeadas cuando notaba que la mano del padre se acercaba al vaso, y una sombra oscurecía su mirada.

De sus hermanos, él era el más guapo, se parecía mucho a la madre, tenían ambos una sonrisa que les iluminaba el rostro, las pocas veces que aparecía. Cuando su madre y Jacinto sonreían ella sentía como si le fuera a explotar el corazón, como si el cielo fuera más azul y el mar, que se adivinaba a lo lejos, les acariciara los pies.

Su padre no es que fuera feo ¡Qué va! Las vecinas del barrio se le quedaban mirando cuando le veían pasar.  A ella le daba mucha rabia esas miradas de envidia, cuando a veces, iban a visitar a algún familiar todos juntos, en procesión, sus padres delante y ellos cinco detrás, Jacinto y Felipe, siempre juntos, y las tres niñas en último lugar…  Las odiaba, no por cómo le miraban, sino por lo que se callaban.

Pero las vecinas no eran las únicas que callaban, todo el mundo lo hacía. Los abuelos, los tíos, incluso ella y sus hermanos, bueno, Jacinto no, él no se callaba nunca. Siempre estaba ahí, interponiéndose cuando la madre se acuclillaba en la esquina de la habitación, cubriéndose la cabeza con los brazos, y su padre con el cinturón en la mano, decidía que había castigarla porque la comida estaba fría o caliente, porque se le había caído un botón o por cualquier otra cosa que le hubiera ocurrido y de la que su madre era la culpable.

Muchas veces, era Jacinto quién se llevaba los correazos, e incluso alguna patada. Recuerda que el año en que el hombre llegó a la luna, lo escucharon en directo en la radio que amenizaba las velas de los médicos de guardia en la Casa de Socorro.

Pero ¿Por qué coño le tienen que venir todas estas cosas a la cabeza, precisamente ahora? Su invitado la está esperando, no quiere hacerle esperar.

Recoge todos los utensilios que necesita, y baja al sótano, donde el muchacho la espera atado en una silla. Cuando la ve llegar, le mira con ojos de garzo asustado, y ella se excita.

“Ya voy” le dice y se acerca a él parsimoniosamente, con el martillo en la mano.





El Instrumento (remasterizado)

25 06 2015

¡Yo soy el instrumento de Dios! Eso es lo que el reverendo gritaba cuando comenzaba su sermón, mientras su rostro se encendía y sus ojos proyectaban rayos justicieros entre la concurrencia, que entre excitada y aterrada le escuchaba todos los domingos.

Tabby estaba sentado junto a su madre y sus hermanos en el primer banco, reservado para la familia del pastor. El chico odiaba los domingos casi tanto como  a su padre., aunque si alguien le preguntara el porqué, no sabría contestar.

Quizá fuera porque no soportaba ver como su madre abandonaba lo que estuviera haciendo, cuando a las siete, oía abrirse la puerta y entraba su esposo en la casa. Ella solícita y temerosa le esperaba en la puerta de la cocina, con las manos juntas y un ruego en la mirada. Después cuando el padre la saludaba distraídamente y entraba en su despacho, regresaba a terminar la cena o remendar calcetines hasta las ocho en punto, cuando él volvía a salir del despacho y se sentaba en la gran mesa de la cocina, y ella se afanaba por servir lo más rápidamente posible.

O quizá fuera porque las noches de los sábados, Tabby, aunque lo intentara no conseguía dormir. Permanecía despierto, entre los ronquidos de sus hermanos, hasta que escuchaba en la habitación de  al lado, los sollozos entrecortados de su madre, y los gruñidos que lanzaba el pastor. Había noches en que los gemidos de su madre, subían de intensidad y Tabby sabía que a la mañana siguiente, un moratón aparecería en su mejilla, o quizá un labio partido, que ella intentaría ocultar.

Tabby sabía, aunque nunca hubieran hablado de ello, que sus hermanos también le odiaban. Lo sabía al mirar a Noah, cuando su padre se burlaba de él. No sabía por qué,  siempre conseguía enfurecer al pastor- Él chico no lo hacía a propósito, procuraba no andar cerca de él cuando se encontraba en la casa, quedarse en la habitación que compartía con sus hermanos, salir al porche a terminar sus trabajos…  pero siempre había un motivo por el que su padre le recompensaba  con un comentario ofensivo ¡En qué estaría yo pensando cuando preñé a tu madre! Era el más suave de ellos- Su hermano se tragaba las lágrimas y comía con rapidez, deseando poder levantarse.

Preston miraba a Tabby con una advertencia en la mirada, y tocaba la mano de Noah con disimulo, pero nunca decía nada. Había dejado de comunicarse con ellos el primer año que su padre le envió a estudiar Teología. Quería que continuara su camino, ¡Debía continuar su camino! Era el más inteligente, eso es lo que le dijo.  Preston protestó en la cena (Y Tabby pensó que su padre le mataría con  una sola mirada). Él quería ser veterinario, siempre estaba ayudando a McHardy en su granja, se le iban las horas limpiando las pezuñas de los caballos, o cepillándoles. Le encantaba estar con los perros, curaba a  los polluelos que caían de los nidos, los alimentaba y soltaba cuando ya podían volar,  por eso protestó con inusitada energía aquella noche. La protesta acabó cuando el pastor le llevó a su despacho, y media hora después, Preston salió sollozando de allí. Un mes después,  se marchó a Richmond, a un internado donde perdió la poca fe que tenía y la virginidad de su orondo culo.

Por  todo ello,  Tabby sabía que sus hermanos odiaban a su padre tanto como él, pero, nunca supo el motivo de Linda Lee.

Linda Lee su única hermana, dos años mayor que él, era una belleza sureña, bella como lo había sido su madre; había sido divertida desde que nació, le gustaba imitar a las actrices de los films que

su padre les permitía ver en el viejo receptor que mantenía apagado y que solo encendía una vez al mes.

Los abrazos y besos que les prodigaba acabaron cuando cumplió los trece. Tabby achacó el cambio de carácter al comienzo de la pubertad, ya que el pastor, todos los viernes se llevaba a Linda Lee a su despacho para tener, aquellas charlas, en las que le advertía de lo que le podía pasar si dejaba que algún muchacho le levantara la falda…

El caso es que ella nunca les contó porqué le odiaba, se lo llevó a la tumba una mañana, cuando dejó que la sangre fluyera de sus venas en una sucia habitación de hotel de Savannah, después de una noche de alcohol y sexo con dos marineros suecos.

En cuanto a su madre no sabía si ella le odiaba, pero el día en que los cuatro unidos como si fueran siameses, acompañaron al viejo hasta la puerta de la casa y le dejaron claro lo que le ocurriría si volvía asomar su puta cara por allí, ella se sentó en la mecedora y mirando a sus cuatro hijos uno a uno, sonrió satisfecha y les dijo “Vosotros sois mi instrumento”





Lo que se hereda

20 06 2015

No entendía por qué, precisamente ahora, se le venía su padre a la cabeza. Hacía mucho que no pensaba en él, por lo menos desde el entierro de Jacinto. Ese día sí que estuvo pensando en él, bueno y en su madre, y en general en su vida familiar.

Recordaba perfectamente aquellas tardes noches de finales de verano, sentados todos en el patio de la casa, intentando respirar alguna brizna de aire fresco sin conseguir nada más que tragarse algún mosquito, de esos que ya están a punto de diñarla y andan tontos perdidos volando de aquí para allá.

Veía a sus hermanos y a ella misma, jugando a cualquier cosa que no requiriera mucho esfuerzo, al “Veo, Veo” o a las adivinanzas, incluso a la brisca, sentados en las losetas de tierra del patio que estaban más fresquitas que las sillitas de enea. Su madre, algunas veces participaba del juego, y entonces siempre les ganaba, era tan lista…

Su padre se limitaba a escucharles bebiendo del vaso de tinto que siempre estaba cerca de él. En esas noches calurosas de finales de verano caía por lo menos una botella, o quizá, si el sueño se resistía hasta dos.

Jacinto siempre estaba pendiente del vaso de vino, aunque hiciera que le interesaba el juego. Disimuladamente echaba ojeadas cuando notaba que la mano del padre se acercaba al vaso, y una sombra oscurecía su mirada.

De sus hermanos, él era el más guapo, se parecía mucho a la madre, tenían ambos una sonrisa que les iluminaba el rostro, las pocas veces que aparecía. Cuando su madre y Jacinto sonreían ella sentía como si le fuera a explotar el corazón, como si el cielo fuera más azul y el mar, que se adivinaba a lo lejos, les acariciara los pies.

Su padre no es que fuera feo ¡Qué va! Las vecinas del barrio se le quedaban mirando cuando le veían pasar. A ella le daba mucha rabia esas miradas de envidia, cuando a veces, iban a visitar a algún familiar todos juntos, en procesión, sus padres delante y ellos cinco detrás, Jacinto y Felipe, siempre juntos, y las tres niñas en último lugar… Las odiaba, no por cómo le miraban, sino por lo que se callaban.

Pero las vecinas no eran las únicas que callaban, todo el mundo lo hacía. Los abuelos, los tíos, incluso ella y sus hermanos, bueno, Jacinto no, él no se callaba nunca. Siempre estaba ahí, interponiéndose cuando la madre se acuclillaba en la esquina de la habitación, cubriéndose la cabeza con los brazos, y su padre con el cinturón en la mano, decidía que había castigarla porque la comida estaba fría o caliente, porque se le había caído un botón o por cualquier otra cosa que le hubiera ocurrido y de la que su madre era la culpable.

Muchas veces, era Jacinto quién se llevaba los correazos, e incluso alguna patada. Recuerda que el año en que el hombre llegó a la luna, lo escucharon en directo en la radio que amenizaba las velas de los médicos de guardia en la Casa de Socorro.

Pero ¿Por qué coño le tienen que venir todas estas cosas a la cabeza, precisamente ahora? Su invitado la está esperando, no quiere hacerle esperar.

Recoge todos los utensilios que necesita, y baja al sótano, donde el muchacho la espera atado en una silla. Cuando la ve llegar, le mira con ojos de garzo asustado, y ella se excita.

“Ya voy” le dice y se acerca a él parsimoniosamente, con el martillo en la mano.





Instinto maternal….

17 04 2015

Se despertó cuando las primeras luces del alba entraron por la ventana. Una sonrisa tontorrona apareció en su cara mientras se desperezaba y se levantó de un salto.

El hombre se acercó a la ventana y atisbó a través de los visillos. Algo llamó su atención y la abrió, el frío del amanecer de Febrero le produjo un escalofrío, pero aún así se asomó al balcón y vio a la mujer de pie, en mitad del jardín con una taza humeante.

Mientras la contemplaba pensativo un ruido atrajo su atención, un llanto en el que se intuía hambre se coló en el silencio de la casa. Salió de la habitación dejando la ventana abierta y se dirigió por el pasillo hasta una habitación cercana.

Entró y se acercó a la cuna donde un niño berreaba. Le tomó en brazos y le besó repetidas veces, el pequeñín interrumpió bruscamente su llanto y gorjeó satisfecho.

¿Vamos a ver a mami, y después desayunamos? Le dijo el hombre, hundiendo su nariz en la barriguita del  niño.

Le vistió con un buzo, y bajó las escaleras jugueteando con  él. Entró en la cocina y sin dejar al pequeño, sacó un bote de leche infantil de un armario y echó una cucharada en un biberón, lo mezcló con agua y lo puso en el microondas. Después salió al jardín donde encontró a la mujer en la misma posición.

Llegó hasta donde estaba y acercando al niño a su rostro, dijo con alegría

¡Buenos días mami! Ella al  notar el roce del pequeño se apartó con un gesto contrariado en su rostro.

Miró al hombre y le dijo

¿Has pensado en lo que hablamos ayer? No, no creo. Has dormido de un tirón, ni siquiera esto te quita el sueño.

Lola, otra vez no ¡Por favor! Le rogó él.

Anda, cógelo, echa de menos a su madre- Le dijo, ofreciéndole al bebé.

Lola cruzó los brazos y negó con la cabeza –Mira, no lo voy a discutir más, esto no tiene negociación.  No estoy dispuesta a sacrificar mi vida por un niño así, no es justo. Tienes toda la mañana para pensarlo Arturo. Cuando vuelva, espero que hayas recapacitado y entreguemos al niño en adopción, si no… Nuestro matrimonio habrá acabado –Dijo, dirigiéndose al interior de la casa.

Arturo esperó unos minutos en el jardín y entró en la cocina, tomó el biberón del niño y se lo dio con cara de preocupación. Mientras el pequeño se tomaba la leche,  vio entrar a su mujer en el coche y salir por el portón rumbo quién sabe dónde.

Pasó la mañana escribiendo en el ordenador y vigilando a su hijo, y sobre las tres escuchó la puerta del garaje abriéndose. Tomó de nuevo al niño en brazos y abrió la puerta de entrada, esperando la llegada de Lola.

Cuando ella llegó cerca de la puerta le miró expectante, él no dijo nada, sólo se apartó y Lola pudo ver sus maletas  tras él.

Cuando llegó la noche, antes de acostarse, Arturo fue a la habitación del niño, se acercó a su cuna y  susurrando le dijo- Dulces sueños Víctor, sueña con nubes de algodón.

Víctor le miró con sus ojitos achinados y le sonrió